Dijo que me amaba y me ofrendó su vida.Al principio, yo me sentí halagado -era la primera vez que me sucedía-, pero luego comencé a notar un dolor sobre los hombros. No hay vidas livianas. Todas son difíciles de llevar. Como soy sumiso y obediente, calcé bien el pesado bulto sobre mis espaldas y me dirigí, sin vacilación, a la montaña. A veces, su vida me rozaba los omóplatos, en difícil equilibrio, y yo sentía un escozor en la piel, que enrojecía y adelgazaba. Cuando un costado me dolía mucho, arqueaba el lomo e intentaba trasladar el peso hacia el otro.No había transcurrido aún la primera parte del camino cuando observé que una de mis costillas cambiaba de lugar, clavándose en mi estómago. Entonces me alarmé, quise despojarme de mi carga, pero ella, solemnemente, declaró que me amaba y se acomodó mejor sobre mis hombros.Historia de amor, Cristina Peri Rossi.

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